¿Sabéis el meme ese de “señora, que si quiere bolsa”? Pues la señora es la vida a la que yo le pregunto. Vida, ¿quieres bolsa? Coge una y sigue. Suéltame el brazo, por favor.
Honestamente, no puedo echarle la culpa, o no toda. Cuando llevas mucho tiempo curando el alma, vives hiperconectada a todas tus emociones. Las analizas constantemente, intelectualizas cada anécdota y las vinculas con tu estado de ánimo. Tienes que hablarlo, así que lo tienes muy presente. Buscas todos los porqués, los cuándo, los cómo. Te das cuenta de que entender alivia, y necesitas anestésicos para el dolor, así que hurgar en la propia historia se convierte en un pasatiempo fantástico. Indagas en el origen de cada una de tus rarezas, ves traumas en cada fotografía, vas dando sentido a los errores, al camino... pero llega un momento en el que la dosis no basta porque el avance, además de ser lentísimo, es una montaña rusa. Te conoces muy bien, de arriba a abajo, pero no basta.
Así que entras en una segunda fase de autoflagelación. ¿Puedes escapar de tu propia historia? ¿Es irreversible? ¿Soy irreversible? ¿Hay margen de mejora? ¿Puedo ser todo lo perfecta que necesito ser para dejar de sentirme así? ¿Para que me quieran? ¿Para quererme? Ay, amiga. En qué trampa te has metido. En este instante entra en juego nuestro querido: poco a poco. Los pequeños logros que son suficientes. Todos los deberes que llevas meses trabajando y que dan frutos, en teoría, se amontonan. Hola expectativas. Hola frustración. Vas a intentar protegerte del mundo.
Pero el tiempo se empeña en avanzar, así que acabas teniendo que exponerte. Sales, te expones, a veces sale bien y otras mal. Te conviertes en un nuevo ser, a medias entre lo rescatado y las nuevas necesidades que llegan para quedarse. No hace falta borrarlo todo, eso no nos sirvió. No sirvió desaparecer, no compensa todo el tiempo que una tarda en volver a encontrarse. Avanzas y el equilibrio va llegando. Aprendes a caminarlo. Empiezas a parecerte a eso que necesitas.
Llega un momento en el que tienes, por un lado, la vida que no para de traer tramas nuevas y viejas, y por otro tu nueva personalidad que lucha por asentarse. Comprendes que las expectativas hay que ir educándolas, ajustándolas. Ya no te dan tanto miedo.
Entonces, una tarde tonta, llega tu nuevo cepillo de dientes eléctrico. Te lo ha recomendado la dentista, así que eliges uno que esté de oferta y lo pides por internet. Viene con un poco de carga y no te aguantas las ganas de estrenarlo. Es modernísimo, tiene hasta pantalla. Eliges el modo “diario” y comienzas a cepillar. Tras un rato, finalizas la limpieza y te das cuenta de que hay algo nuevo en esa pantallita, ¿EN SERIO? Una cara triste, como de circunstancias, y un marcador que señala 1:44.
Señores fabricantes. Bastante tengo con la sociedad, familia y amigos y conmigo misma: no me apetece saber si estoy decepcionando a mi cepillo de dientes, gracias.
Tras unos segundos de incredulidad, me ha hecho muchísima gracia la escena.
Espero que tengáis una buena semana. Cuidaos mucho, mucho.
Un abrazo enorme.
Seguiré cepillándome de manera manual y yo le hablaré a mi cepillo y le diré gracias por refrescar mi boca
Me encante leerte 😍