Hace años entré en estado ansioso depresivo. Fue una explosión, toda mi historia se desmoronó sobre mis hombros. Aquellos episodios grises que había dejado aparcados echaron a andar, los recuerdos vagos comenzaron a distorsionarse, las inercias se detuvieron y los silencios se transformaron en gritos. Mi cuerpo perdió la partida, ganó el dolor. Toda mi existencia la resumí en dudas y asfixia.
Desde entonces, mis habilidades sociales empezaron a desgastarse a un ritmo cada vez más incómodo. No me apetecía quedar porque sentía que no tenía nada bonito que compartir. Tomar un simple refresco con alguien se convirtió en una tortura porque al volver a casa, mi mente se transformaba una batidora saturada de repasar y triturar cada frase que había pronunciado, cada gesto en el rostro de la otra persona y cada maldita posibilidad de que me despreciaran más de lo que yo misma lo hacía.
Lo notas, notas tu atmósfera cargada de tristeza y negatividad y temes todo el rato que eso contagie a los demás. Me encerré cada vez más y más en casa. Mi psicóloga me ponía deberes, me decía que cuando fuera a la compra hablara con las personas en la cola de la caja. No tenía muchos problemas con las interacciones fugaces, de hecho en esos momentos parecía feliz; pero si alguien me preguntaba que cómo estaba, automáticamente nacía un nudo en la garganta y me sentía completamente incapaz de fingir.
Hace unos días vi una imagen en redes que explica de manera muy gráfica el proceso de sanación. En el primer plano aparece la imagen de un vaso de agua sobre el que caen unas gotas de tinta negra que invaden toda su propiedad incolora. En el siguiente plano colocan el mismo vaso completamente oscurecido bajo la corriente de un grifo de agua cristalina, y el líquido que cae comienza a limpiar su contenido a medida que lo va derramando. Lenta y progresivamente, vuelve a ser transparente.
Gota a gota voy volviendo a ser, y a la vez me transformo en alguien nuevo que no existía antes del hundimiento. Mi recipiente no está completamente limpio, pero voy disfrutando de los rayos de luz que empiezan a abrirse paso a través de los huecos.
Hace poco pude reír y estar un fin de semana completo rodeada de personas muy especiales, y aunque me agoto mucho antes que el resto, las carcajadas y las lágrimas de risa han podido con todo lo demás.
Querida Sara, lo mejor para curar es hablar, escribir, compartir lo que se siente con un escucha válido… Cuando te leo me pregunto…Serás autista ? Los que estamos en el espectro abrigamos ese tipo de sentimientos, que hay que frenar porque son Sentí- Miento es decir sentimos pero no es la verdad y si le damos mucho lugar nos devora, no te rindas
He pasado por ahí, compartimos ese punto y coma que hace años me tatué en el dedo corazón donde puedo verlo fácilmente y recordarme que he ha merecido la pena cada esfuerzo por resurgir. En ese camino he tenido oportunidades que de otro modo no se habrían producido y agradezco cada día lo que soy y lo que tengo.. Tu escritura es parte de ese regalo. Gracias Sara.